Encuentros.
Retumba suave un piano con sonido a malta y cebada… un
tocador de dedos cojos que apenas soporta su poco talento y destruye cada compás
con notas arrastradas por la apatía, la mecanicidad y la ansiedad de saber que
su vaso aún sigue medio vacío y debe terminar pronto la canción si quiere
apurarlo hasta el fondo del cristal antes del cierre, cuando aún queden
clientes que puedan invitarle a una nueva copa…
Mala música, bebida cara y camareras feas, pero al
público no parece importarle: es un lugar oscuro, como muchos otros sin luz en
la ciudad, pero al menos este abre hasta las 4:00 y puedes empatar la
borrachera con el trabajo, con la cola del paro, con llevar los niños al cole
cogidos de la mano, con gafas de sol tapando las ojeras y un pañuelo rojo de
tela disimulando la sangre nasal… el pianista no es más que un monito que en
lugar de dos platillos tiene 88 teclas, 52 blancas con 36 huecos negros –similar
a su propia dentadura- y los alcohólicos del otro lado del escenario tiran
monedas a su monito, lo invitan a nuevos rones y soportan las conversaciones
ególatras de un viejo sucio, borracho y con ecos de un pasado de esplendor
musical que se va consumiendo al ritmo de las velas que adornan los estantes
del local…mierda de persona, mierda de música y mierda de charla, pero la
alternativa al sonido es el silencio, un silencio que abre paso al pensamiento,
esa garrapata come-cerebros que devora la mente desde su interior igual que un
gusano atrapado en la manzana… pensamientos nocturnos cargados de culpa,
remordimiento y ayer… pensamientos que gritan susurros insoportables un domingo
a las 3 de la mañana cuando los bares están cerrados… hoy que se puede se debe
callar a esa puta pensante y disfrutar del velo de la noche que borrar los
errores de la luz como la esponja húmeda sobre una pizarra infantil.
Quince desgraciados trasnochadores escuchando la
violación de Chopin a manos de un pervertido sediento de birras y aplausos…
quince desgraciados con mujeres peludas, golfas o desapasionadas en sus camas
esperando el fin de mes de quince vagos borrachuzos que revientan en dos noches
de botellas lo mismo que dos carros llenos con cola, pizzas y yogures… quince
desgraciados lanzándo sus pupilas cotra la puerta: el umbral atravesado por la
dama de triste figura… única mujer de la noche… cuello amoratado… pelo
grasiento… brazos perforados… hermosa, bella, sexual… se sienta en la barra,
pide un vaso de cualquier mierda con mucho hielo y coloca uno de los cubitos
sobre la quemadura de su yugular: la nueva costumbre del cabrón es apagar
colillas encendidas en su piel para dejar la “marca del macho”, un cobarde sin
identidad que confunde amar con poseer, con los huevos demasiado vacíos para
enfrentarse a su jefe gordo con tirantes y puros de tres euros, descargando su
frustración, pasividad y cobardía con una niña hecha mujer con demasiada
prontitud –a tu hermanita la parieron cuando mamá tenía prácticamente tus
mismos años y los huevos con papas fritas se sacan fregando pisos y escaleras
desde que los niños se van a clase hasta que el portero cierra los portales-, una mujer acostumbrada al desprecio de un
padre soldado al sofá del televisro grande, un padre que acariciaba el coño de su
hija, mucho más suave que el de la esposa, golpeaba su cabeza en noches de
parranda mucho más blanda que el de la mujer y guardaba su mejor corrida para
la boca de la primogénita… dos décadas de brutalidad incomprensible bastan para
confundir abusos con amor y pasar de llamar “papá” a llamar “marido” se hace
sencillo cuando tu vida hace años que se transformó en el nuevo y décimo
círculo…
Sentada en la barra iluminada por bombillos decadentes,
dejando filtrar los “do, re, mi, fa, sol” del viejo inútil sentado en la butaca
y dejando calentarse el cuba-libre entre sus palmas llenas de callos en forma
de mango de fregona, tres amigos se le acercan… “bella”… “cachonda”… “preciosa”…
“guapa”… cumplidos que no oía desde los quince, cuando los amigos de papá
entraban uno a uno en su cuarto para descargarse, vestirse y meterle dos buenas
ostias para silenciar el llanto adolescente… tres amigos que por una vez desde
hace mucho la hacen sentirse deseada, admirada, incluso puede que querida… “a
mi casa se puede llegar caminando” sugiere uno de los sátiros… “pero todos
junto, porque de uno en uno se hace de día”… propuesta aceptada por los cuatro…
esta noche ella va a montar en calabaza con tres príncipes azules… tres
príncipes azules en un coito yermo de condones, respeto ni satisfacción… un
coito repleto de golpes, escupitajos y labios partidos sin voz… un coito con
sábanas llenas de semen, sangre y lágrimas… semen de tres penes, sangre de dos
fosas, lágrimas de un alma rota por infinita vez… las princesas en la vida real
también tienen toque de queda: son las seis de la mañana y debes volver a casa…
te espera tu amante esposo, te espera tu protector compañero, te espera otro
diente roto “contra la puerta”… no olvides la marca en tu cuello: eres una propiedad exclusiva.
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