martes, 7 de mayo de 2013

Escrito (7/5/2013)


H2O

                La punta del cigarrillo se enciende chupada tras chupada… incandescente… grande… rojiza… huyendo de las gotas de sudor nasal que amezan con apagarlo… Su lomo se dobla tanto que parece que las vértebras van a estallarse de golpe rasgando la blusa, igual que una catapulta que de repente escupe por haber estado demasiado tiempo presionada… Un gorro de paja para protegerse del sol, pantalones y blusas eternos que lo asemejan a un dibujo animado por andar siempre con la misma ropa, amarillenta, apestosa, raída… es tanto el desapasionamiento que trabaja, come y duerme con ella, como queriendo recordarse –quizás asumir- que se acabó el tiempo de capataz y ahora, por culpa del cínico humor del hoy, tiene que enfundarse de nuevo el uniforme autoimpuesto que tan orgullosamente se colocó hace cuarenta y siete años y que actualmente pasó de ser medalla a cadena.

            Impulsa el sacho… arriba… abajo… arriba… abajo… arriba… Años más tarde quedará paralítico por alzar peso de manera incorrecta, pero nada puede hacer cuando en su tierra ya no existe el ruido de los motores, cuando en la finca quedó aparcado el tractor, oxidándose al mismo tiempo que su dueño, sirviéndo únicamente de refugio para gatos escuálidos y de polvera para perros silvestres… su salud habría ganado mucho de haberle hecho caso a su compañera, si hubiese seguido alimentando su depósito, pero ¿para qué esforzarse en una pequeña parcela cuyas ganancias solo dan para mantenerla?Un jornalero atrapado en el dibujo de la concha del caracol, sin salida, sin escapatoria, solo con la vaga ilusión de que algún día podrá jubilarse y así descansar, pasar tiempo con sus nietos non-natos todavía, fumar por placer, no por suicidio pasivo…

            Callos protuberantes en las manos que le susurran durante la hora del bocadillo y el vino en el bar de pueblo que es un hombre, que mantiene a su familia, que hace lo que debe trabajando doce horas diarias de lunes a lunes… la tierra árida es una desagradecida que no entiende lo que son los fines de semana… Habla varonilmente a chillidos en ese sumidero de alcohol y almas sin brillo en las pupilas acerca de cómo rechazó vender la finca a esos mierdas alemanes, que su terreno nadie lo usaría para construir piscinas y una casita de maricas para huír de los veranos infernalmente fríos… presume de su hijo, chaval de 28 años que decidió seguir sus pasos –la elección es sencilla cuando solo puedes escoger entre lo malo y lo peor-,un chico al que por suerte para su esposa él desconoce que es estrechamente similar a quien se la está follando a sus espaldas: un viejo propietario que vive de rentas el cual tiene un cutis sin protuberancias y una cabeza no especializado solo en guano, herramientas y cambios de tiempo… un arrendatario que entra a su casa durante sus largas ausencias, toma lo que desea –salvo los condones del marido… eso sería una grosería- y satisface a una mujer que se siente despreciada… una mujer que no busca correrse con el intruso, sino simplemente pasar acompañdas esas largas horas en soledad durante las que debe convertirse durante años en ama de casa forzosa… la vida es inteligente y  ha decidido que el amor, caprichoso y vulnerable, no sea el único motivo para la vida conyugal, para la fidelidad: además es necesario el apoyo, la comprensión, la silenciosa compañía… un simple abrazo cuando ves llanto… menos palabras, más gestos diminutos… un jornalero que olvidó que su amada es una tierra sin bien menos fácil de trabajar, mucho más agradecida cuando surgen los frutos… de haberla cuidado más, de haberla escuchado, mimado, mirado a los ojos para comprenderla…

            Acaba el rápido almuerzo y antes de volver al campo, debe pasar por su chalet, el de don… a veces ni se acuerda… la casa de un gordo de bigote brillante, con dinero de cuna y desde hace un par de décadas absoluto y vitalicio propietario del agua que se pasea subterránea, escurridiza, odiada y amada como las buenas prostitutas por todos los agricultores… miles, quien sabe si millones de litros esparcidos gota a gota en las tripas de los espacios cosechados, arados por cientos de jornaleros quienes saben que su sacrificio, su sufrimiento es en valde si no pagan las cuotas por su compra al gordo del agua… un gordo que reza para que nadie recuerde jamás que la tierra, el mar y el agua no son de quienes los compran, sino de quienes los trabajan.

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