miércoles, 22 de mayo de 2013

Escrito (23/5/2013)


Anestesia.
            El vómito es rojizo, espeso, no por culpa de la sangre, sino por la media botella de absenta anisado que lleva en pulmones e hígado durante la última hora y media… Un vómito en el que flotan los pedazos de carne de la hamburguesa a un euro que tomó creyendo engañar así al cerebro con el mito de que el milagro obra a la inversa convirtiendo el alcohol en agua si llevas algo en el estómago… trozos de carne muerta, seca y pasada, igual que un cerebro de las antiguas vacas locas…
            Algunos de los tropezones del picadillo se pegan a su perilla y solo cuando los vapores de hiel, alcohol y lejía del suelo llegan a sus ojos reconoce donde está: su antro… su santuario… su hogar… el negocio donde tantos amigos-vaso-tubo ha hecho en las últimas noches… el negocio en el que violar su mente con penetraciones de J.B., polvo y un poco de maría las noches en que el bar está en pañales porque no hay examen al siguiente día… el negocio que crea un muro de ladrillo sellado a base de cristal y coca, protegido por dos fieles sujetos con joroba: un muro contra el que chocar el cerebro, desmigajarlo, ofrecerlo en sacrificio caníbal a los ángeles de los paraísos artificiales… Durante algunas horas su mente descansa al margen de una realidad con segundos viscosos, densos, demasiado largos que se pegan al alma como mocos verdes y flemáticos tan desagradables como inútiles: solo son un recuerdo de que tu vida está corriendo váter abajo…
            Los bombillos del escenario chocan con la negritud de las paredes… suficiente brillo como para reventar las escleróticas inyectadas en sangre, sacarlas de sus cuencas, dilatar sus pupilas más allá de las esnifadas… Un luz suficiente para ver el desastre: su cartera está vacía y apenas tiene dinero para pagar la noche de pensión y quizás un último homenaje del olvido.
            No tiene dinero para alcohol… no tiene dinero para polvo… incluso un edén ficticio debe pagarse y cuando los vicios del hombre dominan sus tripas, el pudor desaparece… con una pajita comienza a sorber el vómito de la mesa tratando de recuperar el absenta, ron y vino regurgitados a lo largo de la madrugada, como el perro que hinca su panza con un pollo el doble de su cabeza, lo escupe con una costra blanca y blanduzca, igual que la grasa congelada, pero vuelve a comerlo por si mañana ya no queda alimento en la nevera del amo…
            Algunos tropezones taponan la pajita, la llenan, la hacen inútil, así que desestima el uso de la cañita y comienza a lamer directamente de la mesa… por último lame las suelas que pisan el suelo emborrachado.
            “Hora del cierre”-avisa el camarero.
            Resignado sale del local en busca de una puta –como los hermanos Pinzones- y con ella amarrado de su cintura por el brazo sube las escaleras de la pensión habiendo olvidado… habiendo olvidado la habitación 314… habiendo olvidado que mañana le toca a él quedarse con ella, no a su hija… habiendo olvidado 23 años de matrimonio… habiendo olvidado la quimioterapia, dolores y llantos de su mujer con tumores malignos devorando colon e intestinos…
            Tiene la misma emoción en su garganta que los gorilas salvajes cuando son encarcelados en el zoo… sin fuerza, esperanza ni ilusiones, la puta no es un pasatiempo… la puta no es una infidelidad directa… la puta no es más que un “Valium”: necesita dormir, no hay dinero para tranquis ni ganas de mover la muñeca… pagar por una mamada mediocre es más cómodo que hacerse una paja de buenas noches.

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