Antropofagia.
El café es magma volcánico resbalándoles por el esófago…
Medio litro de negro mezclado con medio bote de leche condensada: el azucar
concentrado actúa de cemento cubriendo las microúlceras de la lengua provocadas
por el calor punzante del líquido… No necesita despertarse, al contrario, son
las 6 de la mañana y tras la última corrida ya son doce horas sin juntar
pestaña… el café es solo un ritual más del tópico de la vida del bohemio
vividor… una jarra que no limpia por ser recuerdo del viaje a parís, enorme,
con doble asa, permitiéndo que los chorros de cafeína se le desparramen por la
cara, le manchen la barba milimetradamente descuidada, lo espabile
contrarestando tantísimos chupitos de absenta…
Desnudo, sin depilar el vello púbico que casi le llega al
ombligo y con una “pin-up” tatuada en el gemelo, abre el congelador, llena el
fregadero hasta arriba, mete la cabeza… odia a su naturaleza por impedirle
seguir ahí debajo, manter boca y nariz hundidas bajo el charco, por no anular
su sentido de supervivencia… el tormento para un alma vacía apetente de
estímulos cada día más brutales es el aburrimiento y si ni la vida, ni los
chochos, ni las drogas calman tu hambre, pasar la línea hacia la inmensa muerte
es el cenit de la curiosidad saciada…
Tiene un ruido de electroencefalograma plano turbándole
el cerebro y los ojos irritados, rojos, con las venas a punto de estallar,
igual que nadara sin gafas en una piscina con demasiado cloro y orines…
Se sienta en el puf de cuero cubierto por el manto hecho
a rueca según la tradición india, según le dijeron en Bangladesh, según le
explicó el gurú a quien manda dos cientos euros al mes por permitirle el
regreso al ashram el próximo verano y sentado la observa… quirúrjicamente
hermosa… teñida… exuberante… las tetas son tan grandes que cuando se gira una
de ellas cae del sofa… Es igual que una muñeca rusa: toda su belleza está en la
pintura y ahí, en ese sofá, recién follada, con sus agujeros penetrados, el
rimel corrido y restos de semen en barriga, pecho y boca, despierta al bicho
del aburrimiento que otra vez muerde el cerebro de su inquilino.
Enciende un saque… se levanta… se acerca despacio… desea
que se vaya, le escupe en la cara para despertarla, tira una ceniza hirviendo
sobre el pezón, la mea… ni se inmuta: buena combinación para el sueño y el sexo
bestialmente vacío la del ron con los tranquis… el barbudo se desespera tanto
que tira contra la pared su huevo de cristal de bohemia: la odia, ni su cuerpo
desea ya, solo que despierte y se largue… los monstruos no desean que los
espejos duren demasiado tiempo en su sofá.
El tick en el ojo, la taticardia, se suena –todavía queda
algo de polvo en las fosas- el sueño no lo domina… coca, café, taurina… noches
cargadas de drogas, mujeres sin nombre y aceleración… la aceleración es a la
pasión lo que los palitos al cangrejo…
Desespera y nota que se empalma ¡bendita erección!Una
nueva eyaculación quizás lo tranquilice.
No abre la boca… su pene es demasiado grueso para esos
labios entrecerrados por el casi coma, así que decide ir hacia abajo, penetrar
el óvalo… demasiado seco… busca la vaselina y no queda: se siente más
contrariado que cuando te dan ganas de cagar nada más ducharte. Va a la
despensa y coge el tarro de margarina ecológica…
Unta casi media tarrina y comienza a masturbarse con su
coño… cuando lleva unos diez minutos, la chica despierta sobresaltada, pero se
deja hacer, sin ganas, sin placer, como la vida misma: si consumimos “Coca-colas”
sin sed, ¿porqué no personas sin amor?
Se corre dentro y a ninguno le importa: los ochenta han
vuelto, así que el sida está de moda.
Termina, la coge bruscamente por el brazo, tira su ropa
al pasillo, la deja desnuda entre su piso y el “B”… un cigoto en la barriga y
dos almas pudriéndose en la aceleración del autoconsumo.
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