lunes, 27 de mayo de 2013

Escrito (27/5/2013)


En la esquina del salón olvidada…

            Toda la puta noche repartiendo hielo entre chiringuitos… las fiestas solo son divertidas cuando no las trabajas: es duro ver divertirse a borrachos, gastar dinero sin saber su valor, caerse al suelo intoxicados, mientras tú refrescas sus bebidas, endormeces sus mentes y solo te falta ponerles los condones cuando ligan…

            Diez horas seguidas: son las 6 a.m. y por fin en casa… la cama es una ditopía que habrá de esperar a realizarse y se pone a leer un libro que lleva en la casa desde antes de que ellos fuesen realquilados con la teletienda de fondo –su compañero de piso es incapaz de dormir si no le susurran luz y le brillan voces cerca-.A las doce del mediodía tendrá que ir al mercado a descargar mercancía sobrante y de ella se llevarán una buena parte… frutas, verduras, a veces cae algún queso e incluso unos pescados si las moscas ya los rondan: es sábado, demasiado caro devolverlo al “Merca” y los puesteros pueden ahorrarse pagar en euros dando excedentes en nómina invisible, explotando la necesidad ajena (el hambre es tan aguda que cierra las puertas del pudor y el asco tanto como el caballo y te sientes agradecido por lo que una cabra vomitaría servido en un plato de oro).

            Dormir no vale la pena –ya lo hará a la vuelta- y en los libros puede recoger algo de la culutra que los del sofá, el coñac y el puro quieren robarnos… su compañero aún tiene el pene en la mano y una costra traslúcida en el pubis: habrá visto el porno de las cadenas locales y se olvidó de los pañuelos.

            “Tío, se hace tarde”.

            “¿Ya es mediodía?”

            “Casi, pero mejor vamos yendo”.

            Chándal, gorra, buenas bolsas de tela –incluso en esto hemos retrocedido a los ’50- y a cargar. De once a tres: dos antiguos profesores, parados a favor de coches oficiales, descargando y cargando, descargando y cargando… apestando a sudor de pino y con astllas entre los dedos, donde más jode… ambos se sienten orgullosos: no son ni mendigos ni delincuentes, por mucho que los del sofá los empuje a ello.

            Diez, once, doce… quince horas de trabajo infrapagado entre bar y mercado… más de veinte sin dormir… el judío aquel es listo y si el tiempo es relativo, la distancia lo es aún más cuando tienes ojos cargados de sueño, rabia y esperanza… el sofá, con un muelle roto que se pincha en el culo si te olvidas de su ubicacón, resulta más acogedor…

            “Solo una cabezada… no más de cuatro horas, tienes que hacer las series…”. Único pensamiento antes de dormir aún vestido con el chándal con manchas de jugo de papaya y restos de escamas… macedonia de vieja: en los nuevos restaurantes, donde los gilipollas con demasiado dinero pagan sueldos enteros por canapés como primer plato, sería el plato estrella.

            Suena el despertardor… cuatro horas justas… poco más de la mitad realmente dormidas… ni se cambia: así suda la misma ropa guarra y ahorra polvos de la lavadora.

            Se enfunda unos guantes con velcro podrido que tiene que ajustarle su compañero con cinta carrocera para no romperse las muñecas… Allí lo tiene, parcheado con trozos de blusas inútiles, relleno con goma de coche de la época en que curraba en el taller, colgado con una cadena absurdamente grande para el tamaña de la tacha cambada que colocó en el techo…

            “¿Me aguantas el saco?”

            “Bueno”.

            Hoy tocan tres minutos de directo con la izquierda, tres con la derecha, tres de ganchos, tres de rodillas… mejor ir minuto a minuto: el mayor error de un corredor de fondo es pensar en el kilómetro 42 desde el primero.

            “Sin dormir y con tanta piña y cajas, te vas a matar el corazón”asegura su amigo.

            “Sin esto ya me habría muerto por ahorcamiento hace años… o peor: ya se me hubiera desconectado el alma”.

            Golpear al saco de la esquina del salón lo hace sentirse vacío de mente, lleno de espíritu… lo hace sentir simplemente, olvidar, evitar, no-pensar… lo hace saber que no es camarero, ni mozo, ni pobre… gracias a ese saco, a dormir cinco o seis horas diarias y a subirse a un ring por bolsas que apenas cubren lo que pierde por el día libre puede decir “soy luchador de Muay Thai”…

            “Me gusta sufrir para saber quien soy”.

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