En la esquina del salón
olvidada…
Toda la puta noche repartiendo hielo entre chiringuitos…
las fiestas solo son divertidas cuando no las trabajas: es duro ver divertirse
a borrachos, gastar dinero sin saber su valor, caerse al suelo intoxicados,
mientras tú refrescas sus bebidas, endormeces sus mentes y solo te falta
ponerles los condones cuando ligan…
Diez horas seguidas: son las 6 a.m. y por fin en casa… la
cama es una ditopía que habrá de esperar a realizarse y se pone a leer un libro
que lleva en la casa desde antes de que ellos fuesen realquilados con la
teletienda de fondo –su compañero de piso es incapaz de dormir si no le
susurran luz y le brillan voces cerca-.A las doce del mediodía tendrá que ir al
mercado a descargar mercancía sobrante y de ella se llevarán una buena parte… frutas,
verduras, a veces cae algún queso e incluso unos pescados si las moscas ya los
rondan: es sábado, demasiado caro devolverlo al “Merca” y los puesteros pueden
ahorrarse pagar en euros dando excedentes en nómina invisible, explotando la
necesidad ajena (el hambre es tan aguda que cierra las puertas del pudor y el
asco tanto como el caballo y te sientes agradecido por lo que una cabra
vomitaría servido en un plato de oro).
Dormir no vale la pena –ya lo hará a la vuelta- y en los
libros puede recoger algo de la culutra que los del sofá, el coñac y el puro
quieren robarnos… su compañero aún tiene el pene en la mano y una costra traslúcida
en el pubis: habrá visto el porno de las cadenas locales y se olvidó de los
pañuelos.
“Tío, se hace tarde”.
“¿Ya es mediodía?”
“Casi, pero mejor vamos yendo”.
Chándal, gorra, buenas bolsas de tela –incluso en esto
hemos retrocedido a los ’50- y a cargar. De once a tres: dos antiguos
profesores, parados a favor de coches oficiales, descargando y cargando,
descargando y cargando… apestando a sudor de pino y con astllas entre los
dedos, donde más jode… ambos se sienten orgullosos: no son ni mendigos ni
delincuentes, por mucho que los del sofá los empuje a ello.
Diez, once, doce… quince horas de trabajo infrapagado
entre bar y mercado… más de veinte sin dormir… el judío aquel es listo y si el
tiempo es relativo, la distancia lo es aún más cuando tienes ojos cargados de
sueño, rabia y esperanza… el sofá, con un muelle roto que se pincha en el culo
si te olvidas de su ubicacón, resulta más acogedor…
“Solo una cabezada… no más de cuatro horas, tienes que
hacer las series…”. Único pensamiento antes de dormir aún vestido con el
chándal con manchas de jugo de papaya y restos de escamas… macedonia de vieja:
en los nuevos restaurantes, donde los gilipollas con demasiado dinero pagan
sueldos enteros por canapés como primer plato, sería el plato estrella.
Suena el despertardor… cuatro horas justas… poco más de
la mitad realmente dormidas… ni se cambia: así suda la misma ropa guarra y
ahorra polvos de la lavadora.
Se enfunda unos guantes con velcro podrido que tiene que
ajustarle su compañero con cinta carrocera para no romperse las muñecas… Allí
lo tiene, parcheado con trozos de blusas inútiles, relleno con goma de coche de
la época en que curraba en el taller, colgado con una cadena absurdamente
grande para el tamaña de la tacha cambada que colocó en el techo…
“¿Me aguantas el saco?”
“Bueno”.
Hoy tocan tres minutos de directo con la izquierda, tres
con la derecha, tres de ganchos, tres de rodillas… mejor ir minuto a minuto: el
mayor error de un corredor de fondo es pensar en el kilómetro 42 desde el
primero.
“Sin dormir y con tanta piña y cajas, te vas a matar el
corazón”asegura su amigo.
“Sin esto ya me habría muerto por ahorcamiento hace años…
o peor: ya se me hubiera desconectado el alma”.
Golpear al saco de la esquina del salón lo hace sentirse
vacío de mente, lleno de espíritu… lo hace sentir simplemente, olvidar, evitar,
no-pensar… lo hace saber que no es camarero, ni mozo, ni pobre… gracias a ese
saco, a dormir cinco o seis horas diarias y a subirse a un ring por bolsas que
apenas cubren lo que pierde por el día libre puede decir “soy luchador de Muay
Thai”…
“Me gusta sufrir para saber quien soy”.
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