lunes, 23 de enero de 2012

Experimento

Aunque siguiendo -al menos tratando de seguir- mi línea he decidido experimentar un poco y escribir según me iba viniendo a la cabeza y aquí lo publico sin releerlo ni mucho menos corregirlo o reescribirlo. Un abrazo.


RELACIONES PERSONALES
            Repugnante. Imagen de sí mismo. Repugnante. La belleza está en el interior, pero ¿a él que le quedaba? Marcas de viruela por toda la cara, granos supurantes de pus, como un adolescente adicto a la masturbación, granos picantes que se revientan a cada rasquido con esas uñas amarillentas, descalcificadas. Repugnante. Dientes negros, visualización del cáncer de pulmón –demasiadas cajetillas de tabaco-, ojos hundidos -¿por tristeza, odio o cansancio?- de color indefinible. Repugnante. Las orejas abanadas y de soplillo, peludas. El cuerpo encorcovado en la parte superior, grotescamente desarrollado de cintura hacia abajo. Repugnante.
            Su personalidad no acompaña. No conocemos si su estilo se formó por culpa del complejo desprendido en el espejo o si bien su alma deforme fue acomodando el cuerpo a su propia forma. En cualquiera de los casos este ser era un hombre arisco, siempre a la defensiva, con un único instinto sobresaliente, el de vivir, actuando como esos perrillos chicos y malcriados que cuando reciben una caricia mientras comen gruñen, chillan y atacan con sus dientes los dedos que le ofrecen cariño. Este hombre, al igual que todos, hizo real la imagen de su cabeza, la proyecto en los demás, pensó por los demás…años y años de sentirse asqueroso hicieron que su visión acerca de nosotros fuera igual de repulsiva, de maniaca, de retorcida, creyendo ver mal en cualquier acercamiento hacia él: un “buenos días” en realidad es una cínica burla porque ningún día vale la pena…un beso –aunque hacía años que lo recibía- un acto más de compasión que de cariño por parte del besador…un abrazo –impensable a estas alturas- hipocresía, ocultación, algo a cambio de. Su cerebro se come a sí mismo, pensando, pensando, pensando…pensar está tan sobrevalorado…pensando en el que dirán, en el porqué a mí, en yo merezco más…pensando sentado, pensando inactivo, pensando, pensando, pensando.
            Entraba a la oficina a las ocho, salía a las tres. Todo el presente acompañado de una planta marchita –había estado en su mesa desde el principio, como un mueble más, un mueble que no había que regar, que importa la vida de un adorno- y por la pornografía del ordenador, imágenes que más que consolarlo o excitarlo le aumentaban su irritación: envidioso de unos cuerpos que el nunca poseería…pero que aún así continuaba observando, porque a veces uno está tan muerto que gusta del dolor, del odio para recordar que sigue respirando.
            Repugnante, todo en su cabeza lo era y por lo tanto todo a su alrededor también: el cerebro es un pincel muy potente que plasma en la realidad la pintura que lleva dentro.
            Sus compañeros rehuían de él, evitándolo en el ascensor, en el café, en los asientos. No solo por su peste de amoniaco, sino por el pegajoso humor que emanaba, tan pegajoso como el rastro que deja una mandarina podrida desde hace días en el fondo del frutero. Y cuanto mayor era el desprecio, mayor era el pegamento, la peste, la ira, el odio, la envidia. Repugnante es, porque todo lo es en su cabeza.
            Las tres de un martes, hora de arrastrarse a casa. Aunque curiosamente, este sujeto tenía motivos para sonreír: le gustaba llegar al portal el segundo día de la semana, porque es cuando se cruzaba con el chico de la limpieza. No es que le agradara especialmente su forma de ser, pero su aspecto era objetivamente repugnante: una barba amarillenta con calvas a lo largo de toda la cara, melena grasienta y una barriga propia de obeso, igual que muslos y manos…el sudor clorofórmico arrancaba solo con pasar la escoba y siempre con los bolsillos llenos de dulce. De mirada cobarde, siempre dirigiendo los ojos hacia el suelo mientras los vecinos le pisaban lo fregado, para luego dirigir su vista hacia sus espaldas, maldiciendo por lo bajo, sintiéndose víctima, prefiriendo la compasión al respeto. El martes: el día preferido del gordo y el monstruo. Uno volvía del trabajo mientras el otro lo empezaba.
-Hola.
-Hola.
            Se saludaban sonrientes, se miraban a los ojos, una compenetración sexual, casi amorosa, un deseo mutuo basado en el entendimiento de la desgracia propia. Dos seres cuya empatía se limitaba el uno al otro: más nadie en el mundo que ellos dos…¡eso dicen, piensan, que es el amor! Ambos, cuando conectaban con sus miradas, sentían cucarachitas en el estómago.
            Y así pasaban las semanas, los días, las horas, los segundos. Mortificantes hasta el siguiente martes. Un averno en sus cabezas que si no los llevaba al suicidio era por la esperanza de encontrarse el martes, el mejor momento del mundo.
            Nunca se atrevieron a dar un paso más allá de “hola”, hasta que un día:
-Hola.
-Hola…¿quieres comer en mi casa? Termino de fregar sobre las cinco.
-Es muy tarde para comer.
-Puedes comer dos veces: en tu casa y luego en mi mesa.
            El oficinista se quedó pensando…pensar duele tanto, está tan sobrevalorado…Lo miró a los ojos…chispas, cucarachitas.
-De acuerdo. Me llevas tú, ¿verdad?
-Sí, sí, despreocupate.
            Una nueva ansiedad. Ya no eran los martes solo. Ahora eran los martes y las cincos.
            Dio la hora y ambos fueron hasta casa del gordo. Querrían haberse dado de la mano, pero ¿Qué pensarían?¿Valía la pena aumentar las burlas?
            El monstruo entra en casa de su nuevo amigo y le gustó lo que vió: vacío. Muebles sin mantel, paredes sin pintar. No fotos, no tele, no ordenador, no mascotas, no teléfono, solo paredes encaladas y muebles sin adornos. Todo tan básico, tan hermosamente práctico. Aunque, de repente, al fondo de un salón, la vieja. Una mujer cuyos ojos eran todo esclerótica. Sus manos arrugadas como pliegues de cartón sujetaban un baso de leche verduzca y la espalda la tenía deforme, como si no se hubiese levantado en años de aquella silla, como si hubiera nacido sentada y bajo ella hubiesen construido aquel asiento. Aquel hombre tan obeso, sacó de la nevera otro baso de leche ya previamente preparado, cogió un plátano, lo peló, fue a la vieja, cambió un vaso por otro, mojó la fruta en él y se lo hizo comer.
-Así la tengo entretenida…ven conmigo.
            Fueron hasta la cocina y el portero puso al fuego la sartén, tiró contra su aceite unos higadillos y se sentó a la mesa, esperando.
            Un hormiguero se le había instalado bajo las baldosas desde hacía mucho tiempo. Estos bichitos corrían con orden incierto a lo largo de una de las paredes cargando miguitas, trocitos de insecto…entra una libélula al cuarto y se posa en la nevera…el gordo logra atraparla, le arranca las alas y la tira en dirección a las hormigas, que como perros hambrientos y andaluces, se lanzan contra la presa para devorarla.
            El otro, atónito –incluso para un monstruo existen límites- observa a su amigo, sonriente, extasiado, feliz ante el dolor ajeno.
-Portero, ¿Porqué eres así?
-¿Cómo?
-No sé…repugnante…pensaba que tú eras distinto…pensaba que eras como yo.
-¿Hermoso?
            Nunca le habían dado a entender que tuviese belleza.
-Quiero irme de esta casa, olvidarme de nuestra relación, dejar atrás los martes.
-¿Porqué?
-¿No ves como tratas a quienes te rodean?
-Y a ti, ¿Cómo te trato?
            Se quedó pensando…está tan sobrevalorado…y finalmente consiguió responder.
-Genial…como nadie me ha tratado…como ni yo mismo me he amado.
-¿Y porqué quieres irte?¿Tú eres amigo de alguien en función de como trata a los demás o de como te trata a ti?
            Aquel sujeto deformado pensó…está tan…y se quedó. No se que pasaría en el futuro, pero aquel día se quedó a comer, feliz, sin pensar, sin esperar al martes siguiente.

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